Mención honrosa:
Magdalena Rodríguez
- “Creo que en realidad no existo”, estas fueron mis últimas
palabras antes de convertirme en letras, oraciones y páginas. Hoy les contaré
mi historia, bueno, en realidad la verdadera historia de mi historia. Cuando yo
creía que era una niña mi vida era normal, prácticamente normal. Vivía con mi
abuelo, el cual se hizo cargo de mí desde que mis padres se murieron, pero
prefiero no hablar de eso. Lo único malo de vivir con él eran sus críticas
hacia mí, sobre mis gustos y mi ropa. Él siempre me dijo que las mujeres deben
usar rosado y los hombres azules; no tiene sentido, encuentro que uno puede
usar lo que quiera.
La verdad es que yo era una chica diferente a las demás, todas
jugaban a las muñecas y usaban falda, en cambio yo jugaba a la pelota y me
vestía con ropa holgada y de colores oscuros, lo que se decía que era “de
hombre” lo cual a mí no me molestaba.
Dentro de todo, la vida era tranquila, sin embargo, a veces, sentía
que un algo o un alguien me manejaba, como si mi futuro estuviera escrito -sin
darme cuenta-, decía cosas que yo no quería decir o hacer cosas que no quería
hacer. Siempre pensé que así era la vida y yo debía adaptarme, pro no. Ayer me
di cuenta que no existo, que soy un personaje literario y que mi vida es el
deseo de otro. Ya no sé quién soy yo, solo letras, oraciones y páginas.
Fin.
Tercer lugar:
Amalia Sasso, Sin Título
Amalia Sasso, Sin Título
Una pequeña niña, muy poco curiosa,
no salía de su casa, no le gustaba ni leer ni bailar, odiaba los colores y los
animales. Ella vivía con su mamá y su papá los cuales siempre trataban de
animarla y sacarla de su casa.
Un día la niña mientras estaba
sentada en el sillón de su casa cambiando de canales, ya que a ella no le
gustaba nada de lo que veía, escuchó un ruido. La niña no era asustadiza así
que siguió con lo suyo hasta que de nuevo sonó el ruido. Ella se asomó a la
cocina y vio un…un…un…un algo indescriptible, que se movía de un lado a otro. Ella, sin asombrarse por la situación, llamó a
sus papás, quienes estaban en la pieza, acostados, pero tuvo que subir a la
pieza, pues sus papás no le respondieron. Muy tranquila y sin miedo alguno,
llegó a la pieza y no vio a nadie: - ¿Qué raro, siempre están viendo la
televisión?, Dijo ella. Por primera vez en su vida se asustó un poco y ese
miedo comenzó a aumentar cada vez más mientras le quedaban menos lugres donde
podían estar sus papás.
La niña supuso que debía salir de la
casa. Cuando llegó a la calle vio que en las tiendas no había nadie y en las
casas del vecindario no había ninguna persona. - ¡Qué terrible!, alguien
respóndame, gritaba. Siguió corriendo, exhausta, buscando a alguna persona
hasta que encontró una casa habitada. Su emoción era evidente. Pero al entrar vio
al dueño caer y desaparecer como el viento avanza suave por la colina.
Fin.
Segundo lugar:
Gabriel Martínez, El ídolo
Gabriel Martínez, El ídolo
Es un muy buen cantante, lo sigo desde que tenía 3 años. Lo conozco
gracias a mi papá, un fan desde su
juventud. He ido a todos sus conciertos, pero, lamentablemente, nunca he
logrado tener su autógrafo. Me he comprado todos sus álbumes, toda su mercancía
y mi habitación está llena de sus posters.
Hoy es su gira de despedida, por lo cual, no puedo perderme un
autógrafo. Son las 08:00 y yo ya estoy en el estadio, como todos los
conciertos, voy con una polera que tiene su logo estampada y un cartel que dice
“eres mi ídolo”. Una vez terminado el concierto, voy corriendo a pedirle un
autógrafo, empujo a todos los que estaban en la fila, llego a él y me dice: -
¿Tienes lápiz? -. Busco en mi bolsillo, no encuentro nada, le grito: - ¡Espérame
aquí! -. Pero me responde: -Hay más gente. Lo comienzo a sacudir mientras
grito: ¡ESTA ES MI ÚLTIMA OPORTUNIDAD! ¡NO TE LO PERMITIRÉ! Los guardias me
agarran y me llevan fuera del estadio. Gritos y forcejeos… tristeza.
Cuando llego a casa quito todos los posters, rompo todas las poleras y los discos. Grito y lloro como
nunca.
Me digo a mí mismo: -tengo que vengarme-.
Agarro un cuchillo de la cocina, mi corazón late fuertemente. Tomo
un taxi, de un horrible amarillo gastado. –Al hotel 32-, dije. Llego y me meto por la ventana a la
habitación, veo un clóset en el que me escondo a esperar que llegue.
Fin.
Primer lugar:
Simón Pacheco, El
secreto
“¡No puedo más!”– dije llorando y acurrucado- “¡No puedo más! ¡Pero
no puedo, por ella, tengo que guardarlo! -a comer-, dijo mi esposa. –Me sacó de
mi sufrimiento. Como siempre, es la única que me mantiene con cordura y a veces
hasta con vida. Tiene 73 años, estamos juntos desde que tengo 26 y como dije
antes, es lo único que me mantiene con cordura. Ella vino, me vio, me abrazó
mientras me calmaba -tranquilo, si es tan importante dímelo, no va a pasar
nada- me dijo, pero no puedo.
Las campanas sonaban, las personas hablaban, reían, algunos comían,
yo, estaba bailando el típico vals con mi reciente esposa, mis amigos y
familiares me miraban bailar. Todo era feliz, pero lo bueno dura poco. Sin
siquiera darme cuenta alguien cayó desplomado al suelo, ese alguien era yo.
Veía a mi esposa gritando, mis padres llorando y mis amigos intentando
despertarme, pero era inútil, sentía cómo me estaba alejando del piso
lentamente. De la nada todo se puso negro, se veía un aura roja, había un ser.
Este alguien, me miró, se acercó mucho a mí y le pregunté- ¿Quién eres? -me
respondió- Soy la muerte, llegó tu hora-. Me puse a llorar, le imploré piedad:
- por favor, estoy en mi boda-, hubo un silencio, me propuso algo que acepté
sin pensar muy bien. Ella me dijo todos los grandes secretos: cómo se termina
el mundo, cómo mueren mis papás, mis amigos, el mundo y yo, pero si le decía a
alguien, cualquier persona moriría mi esposa, la persona que más amaba y amo en
el mundo.
Hoy después de tanto tiempo, ya no aguanto más.
Fin.